miércoles, 30 de junio de 2010

Los Caballeros Ochentosos



 

Aplastar el cigarrillo con el pie izquierdo después de subir la pata de la moto. Aplastarlo con la bota izquierda porque el despachante de combustible está mirando. Están mirando los otros motociclistas que esperan un poco más para que los motores calienten los aceites, o se pongan los guantes, se calcen el casco. Alguna breve acelerada en punto muerto. Alguien que se acomoda al asiento y las motos, como en procesión, van saliendo lentamente; las choperas por delante, más por ser emblemáticas de las rutas que por velocidad. Y detrás de éstas las naked y las pisteras. Que después se irán por delante y no sabremos más de ellas. 

La primera curva siempre es lenta. Es tan solo un peralte que se toma por la inercia de la máquina y la inclinación del conductor y no por la potencia de los motores. 

Amanece o amaneció hace pocos minutos. La Jawa va a la zaga. Todos le escapan a la fumarola del dos tiempos, para que las viseras de los cascos no se empañen con el vapor Elf o Motul, y despacio van tomando distancia. El motor 350 de Claudio, Sire de las Jawas parece que pistonea cuando se le da la gana. A veces se escucha un cilindro, a veces los dos juntos, después el izquierdo pistonea dos veces y el derecho se toma un descanso. Ni el mejor técnico se explica esa arritmia checoslovaca pues cuando acelera el motor, éste se detiene un instante y luego ronca armónicamente. Y la fumarola de los dos escapes son como hélices girando en sentidos opuestos. 

Salieron de un taller mecánico mugroso de aceites viejos y cuadros oxidados afuera. Salieron de alcanforados consultorios y apenas se quitaron las chaquetas blancas por las chaquetas negras. Salieron de una avenida de seis carriles como de una callecita de pueblo. Cambiaron de oficio o profesión por los guantes y las antiparras. Hasta ayer habían sido docentes o artesanos o enfermeros o bancarios, pero como el viento en la cara es el mismo para todos, el viento les fue borrando sus historias personales a medida que transcurrían lomadas o puentes. 

Algunos montan máquinas que de tan viejas es como un milagro que anden. Algunos encabalgan motos que no caben en el canon custom porque lo importante es la filosofía del motoquero  y no la devoción por las marcas. 

Algunos incluso llevan la guitarra a los motoencuentros y, pasada la medianoche, su canción preferida es aquella que dice “vamos juntos a la par”, y para el día aniversario de la muerte de Carpo se ponen sentimentales y les pesan los cueros. 

Pero volvieron con tierra roja misionera en los amortiguadores y las ruedas; con tierras blancas puntanas en las alforjas; con tierras impalpables jujeñas en las antiparras. Y todo el sol en los brazos, las mejillas, los labios quebrados. Como aviadores de naves de tela y madera, los aceites manchan a veces sus chaquetas, sus rostros. Y los motores regulan un afán de vientos diferentes y rutas que jamás se verán como dos líneas blancas tocándose en el punto de fuga. 

Se meten en todos los pueblos, en todos los almacenes de ruta. Aprendieron de los paisanos a usar un cojinillo de corderito sobre el asiento. Conversan con todos, sean motoviajeros o camioneros que descansan en las banquinas. Cuando van a dormir, buscan la mejor de las estaciones de servicio y arman carpa entre Volvos y Scanias.  Y cocinan una sopa crema en un sachet de tetra brick o calientan el agua del mate en una botella de pvc, agregando ramitas al fuego de un asado ajeno. Aprendieron a viajar en dos ruedas con casi lo mínimo indispensable. En las travesías algunos se bañan poco, es cierto, porque total en la ruta nadie te huele. Sin embargo si se enteran que hay cerveza bien fría y muchas chichis en el bar de la vuelta, corren a bañarse así sea con agua de deshielo, se calzan sus mejores pilchas y rumbean dejando una estela no ya de Castrol de alforjas sino a Givenchy de boutique. 

Son los Caballeros Ochentosos. Extraña mistura de jinetes medievales, jinetes gauchos, jinetes del tercer milenio. Y porque quizás no sean otra cosa que la natural evolución de la especie, jamás preguntan por los orígenes de los motoviajeros, si plebeyos o nobilarios, si motos chinas o negras Harleys. Preguntan sobre rutas, cilindradas, distancias, fallas frecuentes. Preguntan por el clima, por el asado, dónde hay que comprar el vino. Aman las rutas solitarias como la patagónica RN 3 o difíciles como la RN40, más extensa que la yanqui Route 66, con toda la gloria que tenga la ruta de los beatniks. Los Caballeros Ochentosos pertenecen a una raza fuera del diccionario. Se detienen si alguien, cualquiera, está parado en un camino solitario. Puede tener algún problema con la máquina. Otros frenan y paran si estamos quietos en la banquina, así sea para echar un parrafito y considerar si podemos ir juntos, a la par. Por que en los caminos solitarios, nadie está solo. 

Una tarde, ya entrado el ocaso, un amigo vino a mostrarme su Shadow 600. Han pasado mil años desde aquella visita. Pero me inoculó el veneno o la droga. Gervasio Magno, Sire Omar de las Quilmes, afirma que a cien todavía se pueden oler los cítricos o los eucaliptos, o se puede apreciar cuando un aguilucho remonta vuelo con una culebra en las garras, o podemos detenernos a tomar algo fresco en ese boliche entre los árboles. Y no hay nada más suave que el zumbido leve de las cubiertas en el asfalto fresco de la mañana. 

Y me acuerdo entonces, y por ejemplo, de Poldín de Villa Mercedes, Sire de la Rosa Negra, que trepó Jama con dos media cebollas en el filtro de aire y siguió por Atacama y cruzó los arenales del desierto peruano en la Ruta Panamericana y alcanzó Ecuador y trepó hasta el pie del volcán y siguió por Colombia hasta más allá de Cartagena para encontrar a su hijo en una GMX150. Como pienso en aquellos gurises que conocí un atardecer de Diamante con motoencuentro y mucho fernét cola, ya caballeros ochentosos con edad sobrada para serlo.

Y pienso por ejemplo en Daniel, Sire SemperIdem, al cruzar los Andes esquivando carabineros para llegar al Pacífico y comprender porqué hay veces en que un amor debe estar lejos, mirando el Pacífico, para que toda travesía tenga sentido de maravilla. También viajando en una moto custom de baja cilindrada. 

Y en tantos, tantos más que van de norte a sur y de occidente a oriente y cuya semblanza sería muy largo leerla pero ante los cuales brindo con un buen Havana Club. Caballeros Ochentosos, sigamos juntos, a la par. (30/06/2010)



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