domingo, 27 de septiembre de 2015

The guardian bell


para Guille Martínez, que me refirió esta hermosa historia



Nadie recuerda el nombre del protagonista de esta leyenda, ni tampoco de los otros dos motoqueros que lo asistieron. Como  muchas leyendas, su origen se pierde en el polvo de los caminos, vive en un tiempo fuera del tiempo y a veces cambia de paisaje pero siempre es una ruta solitaria y un viajero solitario que va hablando consigo mismo, o con su moto.

Cuentan los memoriosos que una noche de diciembre (en el hemisferio norte es invierno) iba un viejo motociclista yanqui desde Mexico a su pueblo tras la frontera, cargando en las alforjas muchos juguetes y chucherías que había ido a comprar para los niños pobres de su barrio. Iba pensando en éstas y otras cosas propias del momento, del claro de luna, del frío que sentía con el viento en su cara cuando, en una curva, es despistado por un grupo de fantasmales figuras que estaban allí esperando algún viajero distraído para llevárselo al otro mundo. Los yanquis usan la palabra gremlins pero me parece una palabra propia de películas bizarras, prefiero decir «demonios» o «sabandijas del otro mundo» o «espíritus malignos», aunque bien sabemos que la palabra anglosajona es vieja y representa en esa cultura a una criatura maldita especializada en sabotear las máquinas viajeras... lo cierto --si podemos usar tal expresión ante una leyenda-- es que un grupo bastante numeroso de tales engendros hacen caer a nuestro personaje y tumbar la motocicleta, por cierto también, siempre se trata no de cualquier moto, sino de una chopper, la reina de las grandes rutas y las grandes y solitarias distancias.

Allí, malherido y tendido en el asfalto, el motoquero comienza a arrojar lo que traía en una de las alforjas, que se había abierto durante la caída, para espantar a los perversos seres, sin éxito en la defensa hasta que encuentra un par de campanas entre las tantas baratijas que había comprado y, desesperado, las empieza a agitar. Es muy antiguo el sentido de hacer sonar  campanas y está ligado a la angelología, su sonido prístino espanta a los demonios al tiempo que es un llamador para que otros ángeles vengan al auxilio, al socorro o a la asistencia de quien las tañe.

En efecto, no lejos de allí, ante un fogón estaban acampando otros dos motoqueros, solitarios viajeros que los había sorprendido la noche en medio de la nada, cuando escuchan las campanas, sonando claramente en el silencio de la luna llena, y deciden investigar de qué se trata. Montan sus máquinas y buscan el tañido desesperado hasta que al doblar una curva encuentran al hombre tirado y los demonios sobre él, al punto de robarle su espíritu.

Lo que sigue es muy sabido, pero hay que darle un fin a la historia: el herido es socorrido y en agradecimiento corta unas tiras de cuerdo de su alforja y les hace un lazo a cada una para regalársela a los dos salvadores, en muestra de agradecimiento por el auxilio.

Desde entonces, de muchas motos chopper (o custom) cuelga una campanita bajo el cuadro y cerca del motor, lo más cerca posible al suelo. Se las llama, en inglés por supuesto, «The guardian bell», y representa, por otra parte, el espíritu solidario de los motoqueros, destacando también que una campana jamás se compra, se recibe de manos de otro viajero y solamente si conduce una choppera, la reina de las rutas, jamás una moto pistera.



miércoles, 23 de septiembre de 2015

(A veces es lindo que alguien se acuerde de uno. Publicado con permiso de su autor))

Aquella moto‭ (‬poética para el Motonauta‭)

 

"Aquel camino
nadie lo recorre
salvo el crepúsculo"
            Matsuo Basho


 ‭



Por Omar Lagraña




Aquella vez la moto viajera marcaba un rumbo solitario.‭ ‬El azulado brillante,‭ ‬perlado,‭ ‬se perdía lejano,‭ ‬devorando asfalto en el ocaso sereno del sol entre eucaliptos,‭ ‬mientras la brisa de Septiembre acariciaba los recuerdos como a la piel de las manos dominantes de máquina y camino.

En la moto va un viajero de bohemias trasnochadas.‭ ‬Va brillando ese motor de cilindros victoriosos.‭ ‬Va hacia la ruta,‭ ‬marcada por mojones y por alguna coloreada whiskería.

Hay cierta quietud en esa imagen de aquella moto vestida con su vestido azul que se pierde,‭ ‬se aleja llevando a aquel viajero sin prisa que por unos instantes piensa en la ruta que lo lleva,‭ ‬pero si también lo traería de regreso.‭ ‬Si volviese sería entre nuevos soles encendidos,‭ ‬en otros caminos,‭ ‬en otras retinas.

Entonces aquella moto nunca se detiene.‭ ‬No hay tal quietud.‭ ‬Viaja con el eterno viajero que lleva mochilas cargadas de historias narradas alguna vez en los caminos nómades del pasado o del futuro.

Los rayos giran inquietos,‭ ‬cortan luces y sombras.‭ ‬La máquina de dos ruedas avanza entre los sembradíos inmutables que esperan dar sus frutos.‭ ‬En la imagen hay cierta perseverancia.‭ ‬El motonauta barbado rompe el horizonte que bañado en colores,‭ ‬en historias,‭ ‬se vuelve bello y lejano.‭ ‬Y lo espera.

Ese jinete montado en esos brillos veloces marcha en silencio.‭ ‬Observa.‭ ‬Todo lo observa,‭ ‬mientras sus oídos encierran una canción de Leonard Cohen y su mente busca serendipias que empañan su visera.‭ ‬El viajero no olvida lo que encuentra.‭ ‬Lo hallado será envuelto seguramente en papel españa y siempre habrá palabras escritas en un cuaderno verde algún día‭…

Y aquella moto seguirá viajando con el eterno escriba y sus galaxias.