domingo, 4 de julio de 2010

Una canción para el verano


 

Se il giorno posso non pensarti

 la notte maledico te

E quando infine spunta l'alba

c'e' solo il vuoto intorno a me.

 

 

1.

Todos estábamos muy borrachos. Nuevamente llovía sobre Trelew. Y llovía sobre nosotros, pobres criaturas. Había una vidriera en una esquina. La habían empapelado con diarios viejos. En uno de ellos, un poema hablaba de un hombre que veía arañas en el cielo.

El nuestro, tampoco era un cielo de Lucy con diamantes.

 

 

2.

Mi padre es un hombre muy bien parecido. En la foto aparece con capote y birrete. Lejos anda el mar del Sur. Es un hombre muy apuesto.

Dicen que unas cuantas chicas — trajecito de satén y guantes de cabritilla — se morían por él en las vueltas del perro un domingo con otoño y música de Bing Crosby.

 

 

3.

¿Qué sabor tenían las peras? Era el árbol más grande que conociera y tenía un agujero en la horqueta donde siempre anidaban las tacuaritas.

¿De qué color? ¿De qué forma eran las hojas?

Tendido en la mesa de cocina y al abrigo de la siesta, dejaba que trocito a trocito una peras se disolviera en la boca.

 Y esperaba que llegara el radioteatro de las cuatro con Juan Moreira en la voz de Oscar Casco, el verdadero León de Francia.

 

 

4.

La siesta era para cazar mariposas. Bajo el paraíso, dos cosas: chicharras y una langosta que mastica.

Los gurises volvían a sus historias de Emilio Salgari, pero los ojos de ella — irresistibles— una invitación, eran una hermosa invitación.

Ni Luigi Tenco sabía tanto del amor.

 

 

 5.

A las ocho pasó don Ceratto en el triciclo Guzzi cargado con los tachos de leche. A las nueve, el carrito de la panadería La Española. A las diez y pico el pescadero con la palanca vacía en una punta y media res de surubí en la otra.

La flauta del afilador dio vuelta la esquina como a las doce. Dejamos de jugar en la arena y nos quedamos atentos hasta que volviera a doblar en la otra esquina. El calor era insoportable.

A las cinco ya habíamos seguido otra partida de Fischer-Spatsky. Carnaval quedaba terriblemente lejos.

A las seis y media cruzó una moto — un muchacho y una chica de hot pants —. Siguieron de largo en Urquiza y Mendoza y se estrellaron contra el camioncito de Fosforito Egel, el repartidor de soda. El rugido de la Gilera 200 se prolongó algunos segundos y las piernas de ella tirada boca abajo no dejaban de temblar.

No tenía las palabras, pero supe que la dicha y la desdicha iban juntos.

Eso fue todo.

 

 

 6.

Esas campanas,

¿anuncian el comienzo o el final del día?

 

 

7.

¿Has visto como pasan los biguaes al atardecer? Suben el río en bandadas de no más de siete.

Entre las piedras del río, cuando cae la tarde y los sonidos del verano se deslizan por el agua y el olor del verano viene entre las piedras como boguitas cuando el río empieza a cambiar de color, de verde claro a verde plateado, los biguaes vuelven y uno que otro se zambulle. Luego remonta vuelo con una mojarra en la cuchara del pico.

Así van pasando, hasta que sale la luna.

 

 

 8.

Discutimos tanto que nos perdimos el alunizaje de la Apollo XI.

A lo mejor, no necesitábamos verlo: quien ha dormido bajo las estrellas puede conocer muchos mundos sin moverse de su terraza.

Y se especializa en ser un astronauta de los sueños.

 

 

 9. 

También el viejo auto de otras veces. Ahora, amaneciendo entre álamos. Nadie pudo dormir esperando la balsa. De cuando en cuando, un camión resoplaba, una baliza se encendía.

Los cargueros pasaban lejos de la costa. El río en creciente y el camalotal que sólo nosotros conocimos.

Faltaba mucho para oler el mar pero los grandes barcos no dejaban de pasar.

 

 

10.

¿Te acordás de Miriam Makeeba? Sería en febrero y teníamos un tocadiscos Winco.

Estrenaría un pantalón oxford para cuando empezaran los corsos. Y a Margarita el pelo le caía en flequillos oscuro en la frente.

Cantaba Miriam Makeeba cuando padre también nos llevó a conocer el hielo: en una esquina del centro habían armado una casa redonda, completamente redonda, como un iglú. Y nosotros entramos y durante mucho tiempo me pregunté, si los muebles deberían ser redondos, las sillas, las camas, donde habría que dormir como en posición fetal.

Pero después empezarían los corsos y después vendría Margarita y ya todo sería tan estúpido tan cruel y tan hermoso.

El flequillo le caería inolvidablemente, como si fuera la voz de la Makeeba cayendo desde el viejo Winco.

 

 

11.

Un sábado decidí visitar al Maestro. Y viajé largas distancias. El tren perforaba un monte de espinillos bajo un rocío de telarañas.

Daba vuelta, yo, en la ciudad extraña. Caminé hasta su casa como colgada de una colina. Parecía así entonces.

Abrí el portoncito de madera. El viejo le hablaba a uno de los gatos. No tuve coraje para interrumpir su diálogo cósmico.

Regresé a casa con el tren de la tarde.

 

 

12.

Vinimos con serruchos y palas y herramientas varias, cantando hacia el barrio, imberbes sí, aunque no estúpidos. Cantando a desalambrar a desalambrar.

Vinimos hacia el barrio donde nos esperarían desde temprano para levantar paredes y clavar tiranterías y cavar zanjas para cimientos y arrinconar una que otra gurisa setentosa. Y los compañeros se llamaban Miguelito, el Fioro, el Patita, la Tuna, el Pino, y el cura que se llamaba Andrés o José.

El sol del septiembre nos oreaba las espaldas. Pero al anochecer ya humeaban los guisitos de la Trini, ya encendían las fogaratas preparando las guitarreadas, hasta que el Chino Cabrera empezaba a joder con Patricio Lumumba y porfiaba en  enseñarnos la historia de Africa.

Hasta que las estrellas se fueran poniendo como de hielo.

 

 

13.

Hay movimiento de bichos de tormenta en el aire y ellos hablan. En la noche de diciembre hay insectos que se estrellan contra las luces. Es la noche de diciembre 10, 1983. Y ellos hablan, quedamente. La cerveza se calienta.

Lento cigarrillo armado lento. Manchas de cerveza en la mesa de chapa, en la vereda del bar, en la calle que muere en el puerto. El aire huele a fábrica, agua servida, pescado muerto, y contamina desde el arroyo Manzores.

Cada vez más despacio, ellos hablan. El silencio les va ganando la voz, los recuerdos, los muertos. Cada vez más lentamente los insectos siguen yendo hacia la luz de la bocacalle.

Hablan de tanto en tanto, suavemente, como para no herir la madrugada. El verano es un cascarudo estrellándose contra la luz. Inundada de silencio la cerveza ha terminado de calentarse.

Lento cigarrillo armado lento. Y los insectos que no dejan de venir.

 

 

14.

Puedo comprender la distancia que hay entre un extremo y otro de la Galaxia. La increíble cantidad de vidas que necesitaría para viajar entre ambos lugares, mientras nacen y mueren las estrellas. Mientras el viento de los soles deambula sin redención por el firmamento oblicuo. Puedo sentirlo.

Pero no puedo ni siquiera imaginar la distancia que hay entre mis ojos y la sombra del filodendro, cuando la ciudad se aquieta, los contornos de las cosas han sido diluídos por la claridad de la luna,

y los grillos se invitan a renovar la vida, infinitamente lejos infinitamente cerca uno del otro, pero ocupando todo el espacio de la mirada.

 

 

15.

Una motocicleta da vueltas cerca del límite. Las tablas del cilindro se sacuden. Desde arriba miramos hacia adentro. Adentro es un gran cilindro de tablas. El piloto regula la Norton 500 diez metros más abajo.

Las contracciones del cilindro aumentan. Las estrellas de Orión caen a pique por la boca del tubo y en su interior naufragan mientras la motocicleta comienza a girar nuevamente muy cerca del borde.

 


16.

Todo el oro en sus trenzas. Monedas engarzadas contra una piel de olivos y una lengua que sonaba a trabalenguas invitando a la Fortuna.

En la carpa, un martillo de calderero daba formas al metal contra una bigornia de orfebre. La voz de la anciana transmitía la historia de las alfombras y los caballos y los carromatos con abalorios para la gringada de las colonias.

Jamás olvidaré el mediodía en que unos ojos de esmeraldas o malaquitas de Oriente deshilvanaron una filigrana de líneas en las manitos rosadas donde nacían sextantes, papeles, fragatas intergalácticas, mareas de estasis, tifones de las estrellas, cometas y hasta la Estrella de los Reyes Magos.

Y el encantamiento quedaría en el aire hasta mucho después que las flores y las Aves del Paraíso de las polleras increíbles se marcharan revoloteando por el aire de noviembre.

 


17.

Te voy a encontrar en la Gran Noche del Lobo Libertad, mesas de lata y entradas populares. Será cuando vuelvas de la pensión, vaqueritos abombillados, desafiante minifalda.

Te encontraré y me hablarás de Lacan con Particulares 30, y cuando la tormenta se arme al Sur, como siempre, y al abrigo de los grandes árboles, veré el resplandor de los autos en tus ojos, ya sin Freud ya huyendo casi bajo los últimos apurados acordes de la Gran Noche de Gasparín y su conjunto.

 


18.

El olor a tierra recién llovida penetra las esterillas de junco. Un chico dormita en el suelo. Sostiene una caracola rosada contra su oído izquierdo.

La lluvia refresca la siesta. El viento adormece su cabello. El viento penetra a través de la esterilla y trae un sueño con aleteos de atunes y peces espada, con aleteos de barracudas y de mantarrayas. El viento penetra al molusco y deja en su oído una voz de delfines, un llamado de ballenas francas, un encantamiento de sirenas.

El oleaje del viento navega en la penumbra mientras la lluvia llena de olores la tierra.

 


19.

Estuve junto a Ringo aquella siesta en que una moneda de plata lo salvara de una muerte segura y también caminé por la tabla rumbo a los tiburones aquel domingo en que se me amotinara la tripulación del "Berenice", un clipper de ligeros perfiles, en cuyas troneras cantaba la heráldica de los cañones.

Y demoré como mil años en volver a casa, entretenido en silbar una melodía del far-west, una vieja canción de piratas, y recién comprendo que la heroína de la selecta no estaba en la pantalla, sino en la butaca de al lado, hablándome con una lengua más dulce que tanto amor de fantasía.

 


20.

Había tantas cosas que hacer, tanto que hablar. Trepaba al tren entre borracheras de conscriptos y empleadas que volvían a la ciudad. Y no dormía, sino que llegaba, así nomás, hasta una estación donde lo esperarían un amor a la griega y todo el deseo bajo los pulóveres.

Y no dormía, sino que el tren navegaba entre colinas y luego en un ferry entre camalotales. El amanecer era todo camalotes, de costa a costa. El ferry iría despacio entre el zargazo y las garzas volarían muy bajo en los bancos de niebla.

Pero supo tener un amor en Buenos Aires. Supo cruzar el río al amanecer en un ferry fantástico a la hora en que el chamamé le hacía una bailanta a los camalotes.

Y el amor, que era griega, tenía en los ojos toda la claridad del Egeo y un pulóver rojo donde su estómago se contraía, con feliz estremecimiento, cuando otras manos se introducían desde abajo.

 


21.

Respiró con placer el jazmín del país. Las lagartijas huían hacia la protección de unas grietas en el muro. El jazmín proyectaba la única sombra fresca del patio. Las flores marchitas bajan lentamente como hélices tímidas de barcos aéreos.

A Felipe el sudor le brota como esferas de mares diminutos. Cae desde su cabeza cósmica y se estrella contra el mosaico, mucho más tarde, con la fuerza de pálidos minúsculos ciclones. Millones de latidos demoran en caer las gotitas, estirándose verdeazuladas, comprimiéndose en un extremo, pariendo en su interior faunas tropicales, seres mitológicos, duendes serviciales, pueblos de olvidadas genealogías. Las gotitas de sudor siguen cayendo mientras Felipe Ceballos nos lee.

En la explosión del chivato, sólo existen las chicharras.

 

 

22.

También he visto los grandes árboles nacer desde el agua, una cabellera de ondinas deslizándose entre helechos. Y los cerros que diluían un camino hacia las nubes,

cuando el duende le hablaba al corazón de los cohihues, en un lugar que llamaron Hua-Hum, es decir Agujero en el Cielo, y diseñaba la geometría de las hojas y los troncos, el rumor de las cortezas donde el aliento del musgo tendría el color de los sueños y también el color del agua,

porque el bosque está en las pupilas y en el olfato, y viene del gran silencio cuando un sendero con raulíes avanzara hasta el lugar donde el mundo está en el mundo. Como una cascarita de arrayán que demorara miles de años en caer hasta el agua,

y en perspectiva y sobre el lago, un pájaro extraño que canta, tibiamente, para nosotros, sólo una vez en la vida.

 

 

23.

Los dos amigos caminaban las arboledas en otoño y aunque el silencio los envolviera podían reír con facilidad. Podían decir eso no sirve, esto es importante, aquello me gusta, sin tener prejuicios, sin temer al ridículo.

Una tarde volvieron a los viejos patios de una escuela. Y recordaron el color de los mosaicos, las barandas de las escaleras, la araucaria sola, el alféizar de las ventanas donde entonces vieron las palomas.

Una garza vuela hacia el frío. Las camperas abrigan como entonces. Hace tiempo que los plátanos se están muriendo.

 

 

24.

Al pie de una colina, cerca del fuego en la Tierra de los Fuegos, una mano se abre al rocío. Cada gota es una estrella en apogeo y viajando hacia las pupilas.

Cada estrella, otros mundos y otras colinas, y otras manos abiertas por donde miramos el rocío.

 

 

25.

No podrás comprimirla en tu mano a esa arena, es como un fino oro que cae de tus dedos. Tan sólo ayer, hace algunos miles de años, aquí cantó el mirlo. Y luego lo vimos volar hacia el pasado, haciéndose transparente con el atardecer.

Ahora miras el arroyo, que ya no trae preciosos metales. Y peces, que son otros, remontan sin embargo la misma corriente. Miras como quien comprende, aunque no con palabras, y recuerdas que una vez fuiste, que alguna vez parpadeó una llama, el aire fue sustancia delicada, el sabor de unos labios en las pendientes de una playa que tenía pendientes.

Miras la superficie de las cosas, la gran trama de lo incomprensible, donde descubres, sin embargo, que todavía arden las estrellas.

 

 

26.

¿Has intentado sentir el peso de un solo grano de arena?

¿Has intentado ver el regreso de un pétalo hasta una no todavía marchitada flor?

¿Has probado alguna vez el sabor de una sola gota de agua?

 


27.

¿Recordás la serenidad de estos árboles, la brisa que descansaba entre sus hojas, el sol de una suavidad oblicua que nos llenaba los ojos y las fosas nasales? Hoy retoñó el limonero. La luna parecía más joven al atardecer. Como aquella mañana, los pájaros estuvieron laboriosos.

Pero la ciudad nos robó la voz hacia la medianoche. Y fuimos jóvenes y fuimos viejos.

 


28.

Pero no oirán más cómo brilla y se agita el fuego. Y muy pocos olerán el mar, mezclando sus corazones con la música del cielo. Será un cielo pobre el de estas gentes. Sabrán que sobre ellos pasan los satélites. No podrán ignorarlo. Nacerán desde algún día y estarán muriendo siempre.

Algunos, tal vez, recordarán en sueños fulgurantes cosas que no podrán explicar. Y tendrán miedo hasta de los olores.

 

¿A dónde se fueron esos sonidos? ¿A dónde, tibias colinas? ¿Recordás la costa, y los sauces combados en la niebla?

 


29.

He visto en los trenes las caras inexactas; y en los andenes las ráfagas de viento y lluvia agitando desperdicios.

He visto detrás de las ventanillas los rostros sin despedidas y sin abrazos, niños ancianos ya que dormitaban con los ojos abiertos.

 


30.

Joven, vestida con un tapado del que cuelgan hilachas grises, mira su rostro de niebla en el espejo. Detrás de ella, otro espejo recoge apenas espejismo.

Y escribe con el índice izquierdo una palabra, un nombre, que el vapor de su aliento va disolviendo con tímida palidez, mientras su propio espejo y cada vez menos, menos, deja de reflejar el otro espejo, muda superficie que ya no la recuerda.

 


31.

Al final de aquel día, hay una ventana y una cortina que se descorre con una mano.

En la abandonada calle, un animalito corría escapando de nadie. El polvo seguiría acumulándose en las cosas, en las inútiles cosas.

 

32.

Una mujer y una criatura contemplan desde la ventana.

Afuera, los aguarda la intemperie.

 

33.

Veo paredes, veo siluetas adentro. Una mesa puesta para la cena. Unos cuadernos con lecturas. Una cara de mujer que mira una cara de hombre que mira al vacío.

 

Más allá de las paredes ocurre lo mismo que aquí, salvo el viento.

 

34.

Ella está inmóvil en la cama. Ella tiene la blusa desprendida, el gesto pacífico. El día transcurre como los anteriores, cambiando lentamente los colores de la habitación.

Ella no verá más esos colores.

 

 

33.

Abría los ojos y mientras abría los ojos el liquidámbar que plantaría ayer crecía.

Habitado por pájaros migratorios como una imagen descascarándose, ya otoñal, ya sucio de humo y ruidos de la calle, mientras abría los ojos, descubría que anciano ya, el árbol se moría.

 


34.

Desapareceré. Breve silueta fotografiada sobre un puente de antigua goleta. Breve silueta bajo un cielo de oscuras mareas, desapareceré.

Lentísima imagen velándose ya bajo la mirada luz que no iluminarán estos ojos.

Sólo un navegar de carey bajo delgada ola recordarás de mí en los días del futuro. Sólo una tibia voz invocándote cuando venga la luna a tus noches de jardines con espumillas. Un sonido de mar océano dentro de lejana caracola y lentísimo paisaje, que no tendrá el color de mis ojos.

 

 

36.

Siento nostalgia del futuro, dice. Porque sabremos de la mañana cuando aúllen los últimos perros. Sabremos del cielo y los cometas cuando acodados en el alféizar de la ciudad miremos hacia adentro muy adentro de la estepa.

Entonces, un zumbido de aeronaves nos dejará otra vez, anclados en puertos de pescadores, una noche en que los lobos de mar vuelvan al muelle, como esperando el fin del viento.

 

 

37.

El sitio tenía dos casuarinas, de ésas que gimen en los inviernos, gemelas, al frente, en la tierra que nunca habitaríamos aunque entonces sí lo creímos, que abriendo paralelos cimientos y levantando mamposterías porque así se sostendría mejor la casa, porque al norte debían quedar los pies de la cama y el gran balcón del dormitorio hacia el rocío de septiembre cuando la niebla se fuera entre pajonales amarillentos, hacia el encuentro con los grandes árboles.

Sí, un ladrillo sobre otro ladrillo.

Y las escaleras de tibia madera, y afuera de las ventanas los fresnos crecerían sin podas ni furiosas calles, crecerían frente a la veranda con sus hamacas y sus grillos.

 

 

38.

Y sin embargo,

de tanto cielo

solamente poseo

una vara de aromito.

 

 

39.

Pescado frito, humo de locomotoras:

la luna ha salido entre los fierros del muelle,

justo cuando el invierno declinaba.

 

 

40.

Las golondrinas siempre

estuvieron. Es sólo el plátano

que volvió a la primavera.

 

 

41.

El sol se duerme en la costa:

lluvia de verano

bajo el ceibo en flor.

 

 

42.

Y dejo que el sonido vaya hasta el final. Dejo que el cuerpo de la guitarra de metal acústico rompa su último acorde.

Mañana será el día en que los caminos se abran como ramas independientes, el asfalto de las rutas será una cinta psicodélica levantando vuelo desde colinas y mesetas y los Andes al final de todo, o el Atlántico como principio de todo, partiendo desde una bahía olorosa una gran motocicleta con un puñado de sueños en las alforjas.


(Una canción para el verano, fragmentos 1995-2010). Foto: Cometa McNaught sobre el Arroyo Urquiza, Entre Ríos, Verano 2007. Cámara Zenith, objetivo normal, exposición 20", película Kodak 200 Asa. Autor juan meneguín.


2 comentarios:

  1. eyy!!! m.c. que bueno verlo por acá, se nota que andamos por los mismos pagos!

    lo mío:

    muy bueno juan!!
    bello el paisaje de los sentimientos
    y ahora viene un plagio de chorra nomás!


    38.

    Y sin embargo,

    de tanto cielo

    solamente poseo

    una vara de aromito.


    PERO EN ESTE CANTO DESCANSA MI VERDAD

    Mañana será el día...


    un beso enorme meneguín

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