domingo, 27 de junio de 2010

Serendipia








Cuando era apenas un adolescente, más gurisito que otra cosa, cayeron en mis manos las Rimas de Gustavo Adolfo. Yo caminaba todas las frías mañanas a la Escuela de Comercio acompañando a mi sempiterna amiga Margarita y le recitaba aquellos “versitos” como si fueran míos. Intentar seducir a una rubia y flaca, de patas largas como garza alborotada, y encima a las 7 menos 10 de la mañana en pleno invierno es, bien se sabe, una reverenda estupidez. Pero igual me calzaba el bléizer heredado del hermano mayor, la corbata del tío muerto, los zapatos suela tractor, y el ejemplar ajado en el bolsillo.

Era facilísimo el aprender a rimar de tanto Bécquer que teníamos en la sangre.

Por suerte, una tarde pude robar dos libros en una librería de usados, como para que la cabeza se me terminara de reventar entre las lecturas de Schopenhauer y Edgar Allan… los poemas de George Trakl y los poemas de Dylan Thomas.

Os confieso: quizás haya sido el primer gótico de Concordia y todo el barrio, cuando la patria recién empezaba a transpirar Huerque Mapu y Alturas de Macchu Pichu, yo recorría las noches con niebla y visitaba los caserones abandonados, queriendo encontrar almas sin destino, jardines mustios, humedades, cementerios al atardecer.

Pero esos dos libros que encontré fueron una casi revelación que me sacó el Gustavo Adolfo de los caracuses y me introdujo una sangre más profunda, más oscura, más coalescente. Georg Trakl,  Dylan Thomas. Y me sentí más gótico que nunca. Escribía mis primeros versos y ellos hablaban de paisajes sombríos, páramos olvidados, flores muertas y lividez en los rostros. Y no entendía qué era Grodek, quién era Sonja o por qué “la mano que firmó el papel, destruyó una ciudad.”

Pero luego vino la militancia y Huerque Mapu o Contracanto eran la bandera con la que íbamos a desalambrar a desalambrar; pero no había terminado de sonar el yunque cuando ya caía el nuevo martillazo que fue la dictadura, y entonces luego la infantería de marina y la no menos cruel y guerra que no fue del Beagle, y luego fuimos grandes sin ser mayores de edad, y volvimos a ser tristes y quisimos encontrar los poemas leídos años atrás. Y entonces corrimos al auxilio de nuestros padres beatniks y entonces también fue Whitman y Thoreau, y los chinos del octavo siglo, naturalmente, y las hojas de otoño caían en una avenida costanera, una tarde con llovizna y abandonos, con un trago de ginebra en la petaca, con un cigarrillo negro Gitanes en los dedos, y yo empezaba los primeros versos de un poema largo llamado Los ríos de abril, donde hablaba del amor muerto, y que jamás publiqué.

Y pasó ese otoño y pasaron muchos otros otoños. Pasaron. Como relojes blandos, arrítmicos, desarticulados, hasta la tarde de algún tiempo atrás en que encontré el libro de poemas de Dylan Thomas en la red.

Y no quiero hablar de las lecturas, las influencias, las búsquedas. Quiero hablar de la pérdida y el encuentro de un libro y del concepto de serendipia, una palabra que me reveló una noche mi amiga Silvia Smith (www.cielosur.com) y que para no explicarla acá puedo remitirme a la Wikipedia. Pero puedo decir que es algo así como el arte de encontrar sin buscar, y tal vez la casualidad significativa que hace de una situación instrascendente un desenlace maravilloso.

Tanto a los poemas de Trakl como a la obra reunida de D. Thomas, los había perdido. Los presté y nunca pude recordar a quién. El tiempo me devolvió el libro del poeta austríaco. Pero no así el libro de Corregidor con los poemas de Dylan Thomas.

Y vuelvo a la tarde en que había hallado un word con la obra del poeta de los 18 whiskys y medio. Bien se sabe, sigo fiel a los libros en papel y poca poesía leo en pantalla. El 90 por ciento de los libros que tengo a partir de la internet y los sitios de distribución de libros gratis, son impresos por mí. Me tomo el tiempo necesario para reformatear los textos en tamaño A5, los imprimo hoja a hoja en una impresora Epson de 24 agujas, los embloco, les pongo tapas hechas con cartón de cajas de pizza y sobrecubierta con buen papel ilustración o gofrado, que consigo de restos en las imprentas locales. Y hasta le pongo un colofón, cual si fuesen obras de incunables digitales.

Esa tarde me sentí casi inefable cuando terminaba de encuadernar el libro con aquellos poemas tan queridos. A la madrugada tomé un colectivo a Buenos Aires. Al llegar por la mañana tomé un subte en Retiro y me bajé en una estación de calle Corrientes. Subí las escaleras al frío viento temprano de esa calle y miré hacia una vidriera de una librería de usados. Allí estaba el libro de Poemas de Dylan Thomas. Entré desaforado y lo compré y tal vez pensé secretamente que ahora no lo necesitaba pero no terminé de pagarlo cuando abrí la tapa y ví mi propia firma de adolescente cuasi gótico, en una ya deslucida tinta Pelikan. Y una fecha: 1974.Hasta hoy, en que escribo esto, me sigue mantiendome en vilo el asombro. (21/06/2010, solsticio de invierno)

 

 

LA MANO QUE FIRMÓ EL PAPEL

Dylan Thomas

 

La mano que firmó el papel derribó una ciudad;

cinco dedos soberanos tasaron el aliento,

duplicaron los muertos del orbe y diezmaron un país;

estos cinco reyes dieron muerte a un rey.

 

La mano poderosa se conduce al declive del hombro,

la articulación de los dedos se acalambra de tiza;

una pluma de ganso ha puesto fin al crimen

que puso fin al habla.

 

La mano que firmó el tratado engendró fiebres,

y creció la hambruna, y las langostas vinieron;

grande es la mano que domina al hombre

al vuelo de una firma.

 

Los cinco reyes cuentan los muertos pero no ablandan

la costra de la herida ni acarician el ceño;

una mano rige la piedad como otra mano rige el paraíso;

las manos no tienen lágrimas que verter.

 

7 comentarios:

  1. Increíble! Debe estar guardado al lado del impreso en la "Imprenta del Altillo".
    Beso
    PD: Me aclaraste lo de serendipia

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  2. Soberbio Juancito como vos, nuestro lucero.
    MPAlzugaray

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  3. Muy bueno amigo "leido" !!! Espero leer tambien las no tan elegantes puteadas de tu viaje al sur....jajaja...un abrazo.

    SEMPERIDEM

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  4. y te levantaste la flaca???
    suerte
    mirta

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  5. Me gustó el relato´(sintetico) de tu ingreso a la fantasía de la poesía; alguna vez me gustaría volver a leer aquellos versos u odas que escribiste para ANACLETO MEDINA. Me sentí muy identificado y bien con tu invitación y participación en Cuba. Un abrazo

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  6. juan meneguín, me gusta leerte y escucharte, es siempre una alegría poder hacerlo.
    Ahora, que estoy leyéndote, recuerdo un poema muy tuyo de memoria, que dice algo así "pero no conformes todavía, al atardecer cambiaron de lugar las piedras, para hacer mejor su puntería"....

    Todo mi cariño en un abrazo!

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  7. Siempre creí que son los libros quienes nos eligen,y no lo contrario.
    Un abrazo.

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