sábado, 17 de julio de 2010

Crónica especular: mercados callejeros



Tiempo atrás había retomado el trabajo de desbastado de un vidrio que será algún día el espejo de un futuro telescopio y recuerdo que lo menos interesante fue que me pasé parte de la tarde retocando el bisel a los discos y no pude pasar al carborundum siguiente... y recordé que debía hacerme una buena lupa para controlar el avance del proceso de alisado de la superficie óptica… y pienso y recuerdo, no sé por qué extraños enjambres de la memoria, la vez que estuve en el Mercado Central N° 4 Mariscal Silvio Pettirossi de Asunción del Paraguay, cuando me pasé todo un día oliendo y viendo y, a lo mejor, descubriendo una muchacha hermosa de ojos como el Egeo, que andaba por ahí como una delfina en raras aguas, andaba como una cierva esquiva entre los tomates y los quesos y tanta chatarra electrónica traída desde Manaos. 

(Fue un día fulgurante de noviembre. Hace mil años. Pero no importa tanto cuándo y cómo fue y además ya lo viví y lo escribí y lo publico al pie porque jamás ha salido impreso en libro. Se llama Epístola desde Pettirossi. Fue el único poema verdaderamente erótico que he escrito (hasta ahora) dijeron algunos amigos, ¿pero ahora? y ahora me viene al presente mientras recorro el bisel con una piedrita de afilar, la importancia, la presencia de los mercados en la poesía. Diría más: en la vida de quienes pretendemos ver con los ojos recién nacidos. La única que verdaderamente tiene sentido.) 

El segundo momento del trabajo con el vidrio pasó de largo pues debí ir a una verdulería a pelear el precio y la procedencia de un par de tomates, así que cuando finalmente regresé me vinieron, de pronto, estas palabras a los labios: "what to you dou Whitman in the tomatoes". Y al volver busco "Supermarket in California" de Allen Ginsberg y busco y rebusco aquellos versos escritos en 1955 y en ningún lado encuentro la cita textual. ¿La memoria me está está cambiando los poemas? Dice Allen: "Wives in the avocados, babies in the tomatoes!--and you, Garcia Lorca, what/ were you doing down by the watermelons?" ¿De dónde saqué aquello? Porque convengamos que la imagen del viejo barbado patriarca entre los tomates es más interesante que la de Federico al pie de las sandías. 

Palandriji, querido geómetra, ¿qué piensa usted? Ginsberg se mete una noche en un supermercado y se encuentra con Whitman. Lo mira al viejo, lo estudia, le dice que a dónde nos apuntará tu barba esta noche y entonces describe el mundo que circula entre las góndolas mientras Whitman pregunta "quién asesinó las chuletas de cerdo" (sin duda recordando a su vez a William Blake por aquello de "quién asesinó los minutos". Pienso Palandriji, usted que es viajero de ultramarinos, ¿no deben haber muchos mercados en el mundo anglosajón, no? De dónde se la habrá ocurrido al autor de Aullido el describir un Supermermarkt in California. 

Pienso en la Cashbba de Marrakech, en el laberinto del mercado de Esmirna, en el Quartier Latin incluso. Me acuerdo de un mercado en Porto Alegre donde el olor y el color de los mamones maduros teñía el aire y cuya luz rebotababa en los vidrios espejados del comercio. En las coyitas tenues del mercado central de Salta, con sus barriles de coca y ají locoto y maíz overo y quinua y variedades infinitas de porotos y las mesas de sus bares con un papel de diario blanquísimo y limpio como mantel para comer un plato de locro o un par de empanaditas picantes y una jarrita de vino por cuatro pesos. Todo tan fresco, tan pulcro, tan saludable, tan vivo. Y el olor de los ajíes y los quesillos de cabra y las artesanías en palo santo de los últimos guaraníes de Tartagal. 

Palandriji: ¿sería posible un viaje iniciático por los mercados? Quizás encontremos algún maestro dedicado a reparar ollitas de cobre, algún algebrista haciendo fractales con una tiza en el adoquín, algún vendedor de hierbas medicinales que nos hable del nahual y el tonal, como Don Juan Matus en las recovas del mercado de Mexico DF. Usted que es viajero en tierras extrañas, ¿no le gustaría recorrer las callejuelas del mercado de Alejandría para ver qué vio Durrell de lo que antes aún vio Cavafis? ¡Qué olió Cavafis mientras allá cruzando el mar estaba Grecia con sus olivos y sus ruinas! 

Cuando era niño y no era poeta (dice la leyenda) un día mi madre me llevó a recorrer el mercado central de Concordia. Un hermoso edificio cuyos arcos en las bóvedas sostenían altas claraboyas. Conocí las pintas oscuras en las rodajas de los surubíes, las bogas abiertas con sus singladuras bien rojas, los corderitos recién faenados, los tachos de leche de la madrugada, el vino en damajuanas de diez litros y las damajuanas en sus canastos de mimbre, y el tomate de la zona, pequeño, sin góndola y sin insecticidas. Y el tomate tenía sabor a tomate. Ahora el tomate no tiene sabor a tomate y al mercado lo demolieron y en su lugar construyeron departamentos para milicos sin Saravejo. 

Pero pasan los años con ese presente continuo como la vida en cualquier mercado popular del mundo, porque cada mercado es único y es universal, hasta que una mañana reciente de gran frío en este Sur, una amiga con la sangre caliente pero “la frente muy alta y la lengua muy larga” me pregunta por Asunción y yo quise contarle de Pettirossi… y como es preferible nunca discutir con una fémina, me refugié en aquellos recuerdos y al volver a casa le digo a Ana: "si hago un viaje iniciático empezaré por Frisco y buscaré los lugares donde anduvo Allen Ginsberg". Ana me mira y me dice, tranquilamente mientras lava un tomate de supermercado: "esos lugares ya no existen, se los llevó la sociedad de consumo." Y yo pienso: en aquellas épocas en que el espíritu de Walt Whitman entraba por la noche a un mercado, el Sputnik salía de la atmósfera y mientras tanto arreciaba la caza de brujas de Macarthy. Un mundo acababa de terminar y otro estaba empezando. 

Y desde entonces, los tomates no tienen sabor a tomates.

 

 

 

 

Epístola desde Pettirossi

 

 

 

y nos metimos

           entonces

en un desarmadero de chanchos y surubises

mientras el color del mundo giraba en los mamones

           en los tomates

           en la fritanga de las chipaceras

y en la transpiración de esas mujeres

que comían su asado con mandioca

           viviendo allí

           o muriendo allí

en un turbulento aire de ajos pelados

           y naranjas radiantes

           y jabones

           y costillares de vaca

           y mariscos desparramados

           y corpiños gigantescos

por donde nos metimos mientras el calor del mundo

nos hacía sentir extraños seres

                                                       sin embargo

                                                                               intrusos

en un mundo de locos santificados

extraños seres de un mundo sin contrastes

pero oliendo con todo el cuerpo

comiendo chorizos catapultados desde un estéreo

con huevos fritos que venían en flotilla

                                                                       como ovnis

esquivando calzones voladores y cazuelas de mondongo

y corazones de vaca aún latiendo

y quién sabe qué maravillas

por donde nos metimos

entre pirámides de solemnes zapallos

y hermosa podredumbre de computadoras despavoridas

ante el canto de las lenguas

           el yopará fantástico

           el castellano         el coreano

           el yanqui               el portugués          el portuñol

           y el guaraní yopará nuevamente

zumbando en las tetas de las criollas descomunales

o sobre la toldería color ananá y mandarina

en un aire que no consagra primaveras

                                                                       pero

si hubieran estado

                                   che

se hubieran cagado tanto de risa de tanta cosa tremenda

           fritándose

                                   asándose

                                                          hirviéndose

           en una desenfrenada sopa de pescado

           apurada con chipa-zoo

           a las siete de la mañana

en el momento en que una mujer entraba al olor

           y miraba escuchaba sentía vivía

navegando como gacela en celo

           andando como delfina sorpresiva en raras aguas

alerta a tanta transpiración hermosa del planeta

                moviéndose ahíta del amor

                sumergida en el asombro

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