miércoles, 29 de septiembre de 2010

Flotilla de fábulas en Tacuarembó






El lugar se llama Cañada de los Peña, por donde la ruta cruza un arroyito típicamente serrano y va cayando de peña en peña para formar un tímido remanso hacia la oscuridad de los árboles, más allá de donde una mujer leía y escribía sus pensamientos de domingo, huyendo de otro domingo pleno de motos que habían tomado su pueblo, huyendo hacia el sol y el agua. El sonido de las cascadas bajaba como un mantram, entre las piedras.

Pero una flotilla de fábulas llegó a la paz de ese monasterio de sarandies, habiendo descendido una empinada cuesta en curva y traspasado más acá un puentecito angosto, y se estacionó después del último rebaje, acallando el rocanrol de sus motores. No hay apuro, se dijeron, aquí comeremos y beberemos. Tenemos todo el tiempo del mundo para retomar las curvas y las lomadas y contemplar el vasto páramo de las serrranías orientales, pues la 31 que une Salto con Tacuarembó es una típica ruta ochentosa: con muy poco mantenimiento, por momentos peligrosa por el ripio suelto en varias de sus muchas curvas, baches y pozos por doquier, muy solitaria (ninguna estación de servicio en sus 200km), apenas un par de caseríos más cerca de Salto, sólo campos, latifundios que desde la colonia aún conservan, de sus corrales de pirca, algunos centenares de metros de antigua piedra demarcatoria de una propiedad que no debería haber sido tal.

La Blue Rider en la plaza de Tacuarembó.

Bar Restaurant El Gamo.


La mirada se pierde hacia un valle, hacia una arboleda lejanísima. De cuando en cuando una tropilla de caballos, una tropa de vacunos, algunas ovejas que cruzan el camino, irrumpen la soledad, o algunos caranchos aprovechan las térmicas para trepar por sobre los cerros, sin mover siquiera una pluma, como grandes maestros del vuelo que son. De cuando en cuando se escucha el silbido de una fugaz moto pistera que pasa en una exhalación, ajena al mundo del páramo, como en una película de ciencia ficción, perdido su conductor en la burbuja del carenado, invisible, ausente, anónimo y al pasar sólo queda el sonido a turbina de las altas revoluciones, la fricción del viento, la furia sin sentido. Pero enseguida todo vuelve a la soledad, al silencio de los pájaros que planean allá arriba y a la lectura mística de Andrea, la mujer de la cascada.

Es la región de Tacuarembó.

El intrépido Coke y su máquina viviente de lejanos tiempos: la Jawa 2T, choppera.

El equipo parrillero: Beto, Marcelo y Adrián.

Cierto es que cada paisaje tiene su ritmo, su música. Las motocicletas bajan un cerro. Miro esas colinas y esos valles, aquellos derruidos corrales de pirca y no dejo de pensar en alguna milonga oriental de Washington Benavides:

Dijo el muchacho a la moza: / desde el comienzo te vi; / en el sueño, en la vigilia, / como un jazmín del país. // Perfume de la alta noche, / pequeña flor constelada, / en el patio con aljibe / y en mi corazón, guardada. // Yo me voy con Aparicio, / sé que otra divisa labran / tus manos, y llevarán / los varones de esta casa. // Yo me voy con Aparicio, / pero mírame a la cara, / que lo que voy a decirte / se dice una vez y basta. // Sólo una cosa podría / detenerme, una palabra; / di que me quede y me quedo, / jazmín del país, muchacha. // Ella lo miró a los ojos, / pero no le dijo nada, / y nada dijo después, / cuando cayó con Saravia. // Perfume de la alta noche, / pequeña flor constelada, / en el patio con aljibe / y en mi corazón, guardada. (Como un jazmín del país, Washington y Carlos Benavides, 1974)

Cañada de los Peña, un arroyito tributario del río Tacuarembó Chico. ¿Alguien le habrá dedicado una copla a este apacible lugar? No lo sé. Cuando vuelva al pueblo del Chueco Maciel le preguntaré a la poeta Circe Maia, a quien conocí en una visita fugaz en su casa. Le preguntaré a los parroquianos del bar-restaurante El Gamo, pues sin dudas por ese local habrán pasado Eduardo Larbanois, Numa Moraes, Darnachaus, el barcito de aquella esquina, conservado como los viejos y auténticos bares, cuya magia no han perdido pese al estropicio de la posmodernidad y la macdonalización, pues en sus paredes aún perviven viejas fotos del fútbol departamental, de competencias automovilísticas o ciclísticas o aquella más importante aún, de cuando Juan Jacinto López Testa cortaba la cuerda de llegada y superaba el récord olímpico de los 100 metros llanos, marcando 10,2 segundos. Era por 1947 y según me dice su hijo, el actual propietario del local, practicaba en la ruta, midiéndose en velocidad con los ómnibus que salían de Tacuarembó. Yo pienso que los micros de entonces habrían de cronometrar sus tacómetros al trote del atleta uruguayo.

La historia que se hace grande en la medida de los pueblos pequeños y sus nombres o referencias se van perdiendo en las cuerdas del tiempo. Laguna de las lavanderas, Cañada de la Matutina, Arroyo Quiebra Yugos… La patria gaucha también guarda nombres de sus músicos, poetas, cantautores que han surgido de Tacuarembó y que escuchábamos cuando chicos en los discos del sello Orfeo y en los programas folclóricos de las radios de Paysandú o Salto, vaya uno a recordar, en aquellos “gloriosos setenta”, en que la mirada volvía a sí misma y los Viglietti, Zitarrosa o Labandera, buscaban en los poetas nacionales (y vivos) aquellas poemas y canciones que luego serían recordadas por toda mi generación.


Pero ahora acelero un poco la moto, le doy más fuerza a la Blue Rider para trepar una cuesta empinadísima y me digo, con Benavides, “yo no soy de por aquí, no este pago mi pago / es otro que ya no sé / si lo hallo” mientras la caravana sigue como un sendero de hormigas tomando las curvas y las contra curvas y las recontra curvas. No habituados a tan sinuoso camino, algunos percances mínimos habríamos de padecer, pero Marcelo (YBR 250), Claudio (NX250), Sergio (Gilera 275), Rolo (Tornado), Javier (Twister 250), Beto (Virago 250) y Adrián (V-Storm) hicieron muy elegantemente el recorrido de la 31, que jamás habíamos hecho. Por su parte, Sofanor (Virago 535), Luis (V-Storm) y Fredy (Varadero), anduvieron los mismos caminos pero en diferentes momentos lo cual no quita que hayamos compartido birras y milangas por la noche. Y sólo a Néstor le permitimos la locura fugaz de hacer 250 km para estar dos horas con nosotros y volver al atardecer en su nave espacial modelo Goldwing. Y en un puentecito, esperamos a Coke y un trío de Jawas que venían fumigando de lejos. Mezcla de combustible para los 2T checoslovacos: aceite no menos del 8%! Y por el olor, parecía que habían cargado con aceite de girasol! Pero “yo no soy de por aquí, no este pago mi pago…” porque sobre estas cuchillas y estos pedregales no hay la misma luz que en mi provincia entrerriana. Acá la luz enciende lejanías y hace que las nubes desciendan hasta los valles. Acá la luz de septiembre son filamentos de iridio recorriendo las cuestas.

Y en ella yo voy improvisando en mi pensamiento, y los compañeros se ríen de mis gestos, pensando qué pensará este loco con motocicleta azul: “Voy a zumbar esta moto / en medio de las pisteras, / óyeme bien, en medio de la pisteras, / pa' ver si existe otra moto / que quiera viajar y pueda. / Verdad mi hermano, que quiera viajar y pueda. // Cuando me pongo a viajar / no pido permiso a nadie./ Cuando me ponga a viajar / no pido permiso a nadie, / que eso de pedir permiso / es cuando el hombre es cobarde. / Verdad Adrián, es cuando el hombre es cobarde”.


“Lo mejor de los motoencuentros no es otra cosa que el viaje” dijo alguien mientras se doraban los “chori” en una improvisada parrilla a la vera del arroyo entre piedras. Daban ganas de quedarse bajo aquel “Cielo, mi cielito lindo, / danza de viento y juncal, / prenda de los tupamaros / flor de la Banda Oriental…” Pero después de un rato igual tuvimos que encender los motores, calzarnos cascos y guantes y tomar el camino del regreso hacia el Poniente, mientras tarareaba: “Una por mí se moría, / yo me muero por usted, / usted se muere por otro; / qué mundo tan al revés. // Coplas con sabiduría, / que en el camino encontré, / tanta vida en cuatro versos, / pa’ mis adentros pensé”. (Washington Benavides - Eduardo Larbanois) (28-09-2010)


...y la bella soledad de los campos infinitos.


3 comentarios:

  1. Juan
    Me gusto mucho el blog, sin desperdicio estas cronicas, lo lei todo ...
    Saludos
    Chino.

    ResponderEliminar
  2. realmente juan cada vez que leo y medito, pienso,disfruto,me alegro con tus cronicas creo que a su vez voy descubriendo y dandome cuenta el "ochentoso"que viaja junto a nosotros,y tengo una sana envidia de como describis lo que realmente pasa por nuestra cabeza cuando viajamos ,en fin....lo mejor de los motoencuentros es el viaje!!.adrian

    ResponderEliminar
  3. Maestro.. De su boca brotan las palabras..
    Como el poroto de la chaucha..!!
    Da gusto viajar pensando en que despues ..
    Usted volcara nuestras experiencias en un relato.....
    TAN MAGNIFICO
    Mis Felicitaciones
    Claudio .

    ResponderEliminar